miércoles, 10 de junio de 2009

Orine al aire libre

Es un placer profundo orinar en la tierra. Dejar caer el chorro y observar cómo, además del ruidito que hace, se forma la espuma y se mezcla con el polvo para, acto seguido, ver aparecer el pequeño círculo de humedad, como un aporte de nuestros riñones a la irrigación del suelo. Es una auténtica manera de sentir que uno sigue perteneciendo al mundo animal. Que uno es, a fin de cuentas, un animal. Es otra cosa: una pequeña licencia que nos permitimos de integración con la naturaleza, contrario a tener que orinar en el inodoro y después halar la cadena. Ocultos tras las opresivas paredes del baño. Orinar a cielo abierto es un pequeño acto de libertad.
Azarías, el personaje central de Los santos inocentes, novela del español Miguel Delibes que Mario Camus llevó al cine, realizando una obra de arte de algo que ya lo era en términos literarios, orinaba a campo descubierto. Campesino al fin. Y solía, con frecuencia, orinarse las manos para calentarlas un poco ante la humedad y el frío circundantes. Era un retrasado mental, que cuidaba de una milana como si se tratara de una hija. El único afecto que tenía en el mundo. Su función, por la que no cobraba ni un céntimo, consistía en azorar a las perdices para que el amo del cortijo (los sucesos transcurren en Extremadura) pudiera dispararles mientras alzaban el vuelo. Un día el amo, ante la ausencia de perdices, y no teniendo a qué dispararle, le disparó a la milana de Azarías, y la mató. El retrasado mental termina vengándose. Ante la primera oportunidad, lanza desde la altura de un árbol una cuerda que rodea el cuello del señor. Haló hacía arriba con sus fuertes manos curtidas de orines. Haló duro. Con fuerza. Quienes no han leído el libro, o visto la película, podrán imaginar el final.
Recuerdo ahora Los santos inocentes porque hace apenas un rato oriné en plena vía pública. Específicamente, en la Plaza Jerónimo del Barco. Recién salía de una consulta odontológica. Sentí de prontos deseos de orinar. Atravesaba deprisa la plaza cuando descubro un niño, de unos ochos años, arrimado al tronco de un árbol mientras descargaba su vejiga con la mayor tranquilidad del mundo. Me acerqué. El niño me miró sin inmutarse. Me arrimé y ahí mismo hice lo que él hacía: orinar. Sencillamente eso. Regar el árbol con mis orines. El niño sonrió con cierta complicidad. Se fue. Unos segundos después lo hice yo. Desde un extremo de la plaza vi la figura de un policía avanzar hacia mí. Apresuré el paso. Terminé fugándome, sin mucha prisa, por una de las calles colindantes. Y pensé en esas pequeñas libertades que vamos perdiendo, tal como Azaríaz perdió su milana por el disparo criminal del señor del cortijo. Y, para siempre, la posibilidad de seguir meando sobre la tierra.
Tomás Barceló Cuesta
10-06-2009

5 comentarios:

Sol dijo...

siempre quise orinar al aire libre pero me mojo los pies. mear al aire libre es un maravilloso atributo masculino.
hermoso texto
abrazo

meli dijo...

ese placer de orinar en la tierra es solo para el disfrute de los changos, mi papá compartiría plácidamente tus comentarios, yo, sinceramente, no comparte ese placer, jaja
lo que sí me queda haciendo eco: las pequeñas libertades que vamos perdiendo, por ejemplo dormir la siesta!!!! en salta, mis pagos, es un hábito, aquí un lujo

Toni Pradas dijo...

Te salvaste que el policía no te disparó justo en la milana. En ese caso volverías a mear al aire libre, pero agachado, que tiene también su encanto: si de pie es un acto de libertad, en cuclillas puede sentirse como una apertura democrática (y no voy a hablar por ahora de erecciones generales).
Ya decía un filósofo haitiano (los hay, por supuesto) que orinar es mejor que el sexo, pues son muchos más numerosos los momentos de placer (con la misma arma, si sirve la reflexión).
Y si es al aire libre, marcando el territorio como un tigre en tantos lugares como se te antojen, entonces es como tener sexo con muchas mujeres.
Para no extenderme más: yo me mearía a Monica Bellucci aunque me quede sin milana.
Muy buena crónica, chama...

pedro cubano dijo...

hola hermano al leer tu trabajo me trae recuerdo de mi niñes en nuestra querida tierra,sabes que naci campesino de lo que estoy orgulloso y agradesco y sabes de todo lo sufrido de nuestros hombres y mujeres de campo en la seudorepublica pero nunca le pudieron quitar la libertad de orinar al aire libre devolviendo a la tierra lo que es de ella minerales sales etc,recuerdo lo lindo de mear como dices a la orilla del mar sin que el policia te haceche (creo que es el reflejo de la policia que no es capaz de capturar a un meon de la plaza) y cuantas cosas se nos limitan tomas y tus letras nos hacen reflexionar que existe una forma de vida distinta llamada libertad de verdad no de la que tienes clasificacion por numeros y codigos gracias por ayudar a pensar en estas cosas
APROVECHO PARA REENVIARTE LOS SALUDOS A TI E IRINA POR EL DIA DEL PERIODISMO.

Te envito a reflexionar en esto.

¿Por que en este pais la paloma es una plaga,y es el simbolo de la paz para muchos en el mundo.

Javier De Pascuale dijo...

Compañero y amigo: hermoso tu grito de libertad en esa plaza de esta Córdoba cada vez más conservadora. En nombre de una civilización pacata e inhumana, perdimos el placer de mear la tierra que pisamos. Tu crónica nos remite derechito a la infancia, cuando lo hacíamos junto a amigos y hermanos, riendo y dibujando las letras de nuestro nombre en la tierra sedienta de la canícula estival. ¡Cuántas veces habré bailado esa danza inocente de mover la cintura para crear con el pis algo así como el símbolo del infinito en la tierra! ¡Si hasta tomábamos mucha agua para poder hacerlo más largo!