viernes, 17 de julio de 2009

Una pastillita, la eyaculación y el Tao del amor.


Por Tomás Barceló
(Zoom 1)
Basta, si es que no quiere eyacular en esos momentos, porque considera que es muy rápido y desea prolongar el placer suyo y el de su amante –ella debajo de usted, o usted debajo de ella, o en cualquiera de las infinitas posiciones que puedan concebirse para hacer el amor- basta, repito, con sacarla en esos momentos y presionar, no muy fuerte, con los dedos índice y pulgar en la parte posterior del glande, para que el deseo de venirse disminuya, no así su erección. Es una sencilla técnica milenaria. Una técnica oriental. China. Recomendada en esa acabada enciclopedia erótica que es el Tao del amor. Los chinos –y los orientales en general- que han disfrutado a través de los siglos de un sexo sin prejuicios, libre y feliz, sin iglesias ni Papas diciéndoles constantemente cómo han de hacerse las cosas para no pecar y así conquistar la vida eterna en el reino de Dios, sostienen el criterio de que el más profundo placer que pueda sentirse mientras se hace el amor, descansa en el objetivo conciente del hombre –del macho, perdónenme las feministas, pero intento, en lo posible, de ser objetivamente científico- en procurarle a la mujer –a la hembra, perdón de nuevo- el más prolongado y mayor goce posible. Y para ello se necesita un riguroso control de la eyaculación. La técnica manual antes sugerida, es una entre tantas. La eyaculación, sostienen los taoístas, es la espina dorsal sobre la cual descansa el Tao. No hay que eyacular. O eyacular lo menos posible. Hacer mucho el amor, sí. Pero eyacular poco. Si acaso, cinco o seis veces al año. Mientras menos se eyacule, mejor. Es saludable, además, para preservarnos de la vejez, porque nos desgasta menos. Agregaría yo que nos preserva de la muerte que le sigue a la eyaculación para tener que recurrir después a una obligada resurrección. Porque no es lo mismo morir y resucitar después, a sencillamente descansar para más tarde levantarse y proseguir la batalla. Esto último esencia taoísta.
Pienso en ello mientras veo a la conductora de un programa televisivo español anunciando las nuevas buenas: una pastillita. Se vende en un conjunto de tres comprimidos cada vez. Cada uno cuesta 15 euros. En total, 45 euros. Sus virtudes: lograr que los eyaculadores precoces puedan retardar su eyaculación durante un tiempo lo suficientemente prolongado que les asegure, tanto a ellos como a sus compañeras de cama, un disfrute más o menos pleno. Hay que tomarla tres horas antes para que surta efecto. Cero alcohol, porque éste potencia los efectos depresores de aquella. Eso, más la preocupación de tener que tomar la pastilla, son inconvenientes que pueden pasarse por alto. Su venta es por receta médica y su compra no la cubre la obra social. No faltaba más. Cada cual que se haga cargo, y pague, su gozadera. Es de esperar que muy pronto se propague por el mundo. Tal como sucedió con la Viagra. Sobre todo por Occidente, tan propenso a dejar que las pastillas asuman la solución de sus problemas. Occidente vive empastillado: pastillas para dormir, pastillas para no dormir. Cápsulas de todos los tamaños y colores que contienen la paz, el sosiego, la tranquilidad, el aliento, el equilibrio de Occidente. Para asegurar una sexualidad adecuada. Pastillas recomendadas no por los médicos, sino por la televisión –ante la cual los propios médicos sucumben-, para curar o aliviar los resfríos, los malestares estomacales, el reuma, la migraña, los dolores musculares, el cansancio. Pastillas y más pastillas que, finalmente, nos han hecho olvidar que es posible vivir sin ellas.
La pastillita de marras, en honor al milenario arte chino del control riguroso de la sexualidad, debería llamarse TAO. Eso la haría más comercial. Pero no. Su extraño nombre es PRILIGY.
Dejando el comprimido a un lado, me asalta una duda: Si los chinos, Tao mediante, han logrado ya no sólo controlar su eyaculación, sino, y gracias a ello, eyacular lo menos posible, ¿por qué son tantos? Y tantos son, que son más que otros en el mundo.
Alguien dirá: cosas de chinos. Y así es.