miércoles, 4 de noviembre de 2009

Susanita conquistó la televisión


Por Tomás Barceló Cuesta
Si Quino no hubiese existido y yo tuviera que inventar Mafalda, con todos sus personajes incluidos, Susanita se llamaría Fabiana. Tan sólo por la reacción que con frecuencia me producen los comentarios de la señora que cada mañana comparte junto a J. Cuadrado y Federico T., la conducción del matutino televisivo Arriba Córdoba.
Tan correcta, tan guardiana “del buen gusto y del orden burgués”, suele hablarle a las cámaras convencida de que los que están del otro lado aplauden sus desaguisados. En la aldea cordobesa deben sobrar quienes se lo agradezcan. Otros, en cambio, lanzarán palabrotas. Entre estos últimos me encuentro yo, virtuales lectores.
Fabiana Dal Pra mira hacia la cámara que la enfoca, y comenta algo tan oportuno -pero sobre todo frontal y sincero en correspondencia con su mentalidad clase media alta, adecentada chica de Barrio Urca-, como que la nueva ley del gobierno nacional dirigida a otorgarle 180 pesos por hijo a toda madre que esté desocupada, pudiera llevar a las mujeres a dedicarse a parir y no a buscar trabajo, como debiera ser.
Yo haría lo mismo (no hacer semejante comentario, aclaro, sino parir), pero teniendo en cuenta otras variantes.
Primero: si fuera mujer, fértil, y además joven.
Segundo: si en vez de 180 el Estado me otorgara por hijo 800 pesos, cifra más o menos cercana a lo que pudiera costar su alimentación, cobija y educación dignas.
O tercero, algo menos probable: si fuera la mujer de un rico. O una de esas botineras que se engrampan con afamados deportistas gracias a sus formidables cuerpos y a esa expresión tan sobreactuada en sus bellos rostros, de ingenuas y angelicales putas celestiales. El fútbol es un excelente coto de caza para ellas.
Hay dos extremos que corren paralelos en nuestra gran aldea: en uno de ellos, unos pocos tienen lo que les corresponde, más esa misma cantidad multiplicada n veces y que viene a ser lo que les toca a aquellos que, viviendo en el otro extremo, no lo tienen. A más pobres, alguien ha de ser más rico. ¿O estoy equivocado? Es una elemental ecuación sobre la cual descansa el sistema capitalista mundial de todos los tiempos. Sólo que en pequeñas aldeas como Córdoba, abundantes por acá abajo en la rabadilla del mundo, la ecuación se torna más siniestra.
El extremo donde habitan los millonarios -en cuyos bordes, con aires de expansión y crecimiento florece la clase media alta-, contiene cierta cantidad de mujeres dedicadas a parir y a criar felizmente a sus hijos. Cuentan para ello con mucamas que les limpian las casas, pulen los pisos, lavan la ropa, friegan los platos, eliminan las telarañas, tienden sus camas, les cocinan y, la mayoría de las veces, cuidan de los niños mientras ellas, nobles madrazas, se dedican a otra cosa. Más de una se graduó en alguna universidad pública o privada, pero no trabaja. ¿Para qué? ¿Qué necesidad hay de hacerlo? El trabajo lo hizo Dios como castigo…reza un antiguo bolero cubano. Además, se está tan bien así. Sin hacer nada, viendo como crecen los pichones.
Por acá, más cercanas, están las mujeres pobres. Las mujeres de los pobres. Vienen de generaciones frustradas, piezas frágiles en la sólida estructura de la pobreza argentina. La mayoría apenas terminó la primaria. Suman Miles. Material humano devaluado en el mercado del trabajo. En la mejor de las suertes, se unen a un hombre tan pobre como ellas. Y a parir. O -previa recomendación, no vaya a ser que…-, serán mucamas de aquellas susanitas argentinas, con salarios en negro o mal remunerados, más el valor agregado de un tratamiento indigno. Cualquier otra cosa pudiera ser el infierno. El infierno es inmenso, como pequeño el paraíso. O viceversa. Depende de dónde se esté parado. O cómo se viva.
Tomando algo prestado del Dante Alighieri, ya que hablamos de infiernos, en uno de los círculos más profundos del infierno que nos toca acá en la tierra, están los prostíbulos clandestinos esperando la última remesa de chicas pobres (algunas de ellas con sus fotos exhibidas en las terminales anunciándolas como desaparecidas) para que en sus cuerpos se sacien camioneros al paso, policías corruptos, algún tímido joven se inicie en el sexo, o se caiga por allí algún platudo para desflorar a alguna chica virgen reservada exclusivamente para usted, Don.
¿Serán esos los trabajos a los que se refiere la conductora de nuestra televisión aldeana?
Si los que siempre leímos Mafalda pensamos alguna vez que Susanita tan sólo se dedicaría a criar hijos, mantenida por un marido rico, nos equivocamos: en nuestra gran aldea argentina algunas de ellas están hoy ante las cámaras de televisión desgranando su sabiduría de amas de casa (algún día tendrán su Santa Mirta para adorar), su bla bla de vecindario, su ideología del buen hogar (donde todo hay y sobra de todo) dentro del cual el mundo es ideal, mientras piensan –o comentan con altanero desdén y total impunidad- que fuera de sus paredes lo que impera es el caos. Hay que terminar admitiéndolo: Susanita conquistó la televisión.