miércoles, 9 de septiembre de 2009

Freud está con vos

Por Tomás Barceló Cuesta
Después de algunos intentos para que la Asociación de Psicoanálisis de Córdoba respondiera mis correos, desistí. Nunca se tomaron el trabajo, encima me suspendieron las invitaciones para que asistiera a sus charlas y seminarios. Deseaba tan sólo una terapia virtual. Definitivamente no la tendré.
Debe ser porque el terapeuta debe mirarle a los ojos al paciente para comprobar si le dice la verdad o no. Llego a comprenderlo: se miente mucho por Internet, algo perdonable por tratarse de un sistema de comunicación virtual. Pensé que con una Webcam podría solucionarse el asunto, pero es un artefacto provocador de la lujuria. Nació con ese estigma, o buena estrella, depende de cómo se le mire. Pero para la terapia internética no serviría. Por otro lado, hay que entender que la psicoterapia viene de una larga práctica conversacional, cara a cara, alimentándose del flujo de las palabras. Las palabras y los gestos de quien habla de sí -más la expresión de la mirada: cuánto no puede llegar a revelar esa mirada que se escapa, evasiva, del escrutinio de los ojos del terapeuta para dirigirse a la ventana del consultorio, digamos, o hacia alguna horrible pintura colgada en la pared, o hacia las manchas parduscas que revelan las cagadas de las moscas en los bordes de un florero-. Palabras, miradas, gestos de quien cuenta las historias que se guardaron, algo así como distorsionadas, en el disco duro de la memoria, allá por el inconsciente. Se incluye el silencio. Sí, el silencio. En esa pausa donde la palabra se ausenta, hay mucho por buscar y encontrar. Dicen eso. Que detrás de la densidad de ciertos silencios suelen esconderse verdaderas tormentas, o remansos de paz. Yo, lo confieso, veo en el silencio lo que es. Nada más. Pero lo apuntado arriba lo he leído y hasta se lo he oído decir a más de un terapeuta, a los que hay que creerles: historias encerradas allá dentro, con algunas de las cuales es difícil –sino imposible- convivir. Mientras hablas, el terapeuta está ante ti, escoltado por Freud y Lacán. Uno termina rindiéndose, abriendo las piernas de su alma.
Vengo teniendo otro de esos sueños persistentes: conduzco un Volswagen 0KM. Me meto por avenidas muy transitadas, atiborradas de carros, peatones que van y vienen, semáforos que se encienden y apagan. Ómnibus atiborrados de personas, algunas de las cuales me miran a través de las ventanillas con expresiones hoscas. Pero no les doy mucha importancia. Me permito hasta el lujo de, mientras conduzco, hablar por mi celular. Acelero, aumento velocidad, piso embrague, cambio, acelerador, avanzo seguro. Qué felicidad. Nada me detiene. Evado obstáculos –casi siempre son los mismos-: un perro flaco, lleno de sarna, o una anciana que cruza la calle apoyándose en un bastón. Un hueco lleno de agua sucia. Un vendedor de periódicos que atraviesa la calle corriendo sin mirar lo que viene.
Al llegar a una esquina –siempre es la misma esquina- miro hacia delante y a pocos metros, en una enorme valla colgada en la fachada de un edificio vetusto, como uno de aquellos internados católicos, aparece una vieja monja totalmente en bolas, con más pinta de bruja que de otra cosa, con los pellejos de sus tetas deslizados hacia el ombligo, vencidos por la ley de la gravedad. Lo único que tiene cubierto es la cabeza con la inmaculada toca de las novias de Dios. Anuncia un nuevo modelo de corpiño. El corpiño lo sostiene en una mano mientras sonríe cachonda. No tiene dientes.
En ese instante me doy cuenta de que no sé manejar. Y que ni siquiera tengo celular. No puedo controlar el auto, que comienza a zigzaguear locamente. Voy a estrellarme contra el edificio, a los pies de la vieja monja desnuda. En ese punto me despierto muy agitado.
Es un material de enciclopedia clínica. Lo sé. Anoche incluso volví a soñarlo. Aparecieron nuevos detalles que no quiero revelar por el momento. Pero no era eso a lo que quería referirme, sino al hecho de que hace una semana recibí un correo titulado Freud está con vos. Me llamó la atención la construcción de la frase, como si el correo me lo enviara algún miembro de una de esas sectas del neo cristianismo mezclado con psicoanálisis. Hay que admitir que el postmodernismo contiene altas dosis de hibridación. Terminé convencido de que era la respuesta esperada de la Asociación de Psicoanálisis, etcétera. Al abrirlo, inmediatamente se dejó escuchar la alarma de mi Avast antivirus (es una copia falsa) y acto seguido la voz de la españolita (falsa también), que te anuncia sin emoción alguna, como toda máquina que habla: Aviso, su sistema tiene virus.
Ahora convivo con un ejército de troyanos haciendo de las suyas por los meandros digitales de mi PC. Impalpables freuds y lacanes escarbando y destruyendo buena parte de lo que hay en mi inconsciente digital.
Les advierto: cuídense de Freud. Y por si acaso, también de Dios. Hay muchos farsantes por ahí.