viernes, 25 de septiembre de 2009

Nacer (1)




Por Tomás Barceló
Ocurrió un 22 de septiembre, en una choza con techo de guano, paredes de madera y piso de tierra. En mi país, Cuba, se conoce como bohío. La mujer estaba sola. Afuera todo era callado: ese silencio que emana de la tierra cubierta toda de vegetación, y que lleva a pensar en Dios a los que creen en él, pero también a los que no creen, ante el misterio de tanta mudez terrenal donde una ciudad puede llegar a ser algo tan lejano e inalcanzable como el mismo Dios. Eran las 12 del día. Pleno equinoccio de otoño en el hemisferio norte. Es de suponer que en ese instante, ubicada la tierra convenientemente frente al sol –como una mujer desnuda que espera de su amante una mirada de aprobación-, recibía toda la luz pareja.
La mujer estaba sola.
Una mujer sola con una enorme panza dentro de la cual había un niño.
Pudiera hablar de sus avatares allá dentro, rompiendo la bolsa amniótica y buscando la luz y el oxígeno a través del canal de parto. Pero pasaré por alto esos detalles. Nadie cree esas cosas.
Los hombres trabajando en el campo. Dos de sus hijas habían ido a buscar a la partera, que vivía a una distancia de cinco kilómetros. Con las entrañas sacudidas por las contracciones, la mujer puso en el fogón una olla, con agua para que hirviera. Buscó paños limpios. Una tijera que esterilizó con alcohol. Preparó convenientemente el lecho. Sobre una pequeña hondonada en el piso, puso algunos de los paños. Y se dispuso a parir.
Lo hizo en cuclillas, sosteniéndose de dos taburetes atados a las paredes. Y así me alumbró. Así nací. Un 22 de septiembre, justo cuando el día estaba partido en dos mitades iguales, equilibrado por la luz equinoccial. Mi primer contacto con el mundo no fueron unas manos enguantadas de algún obstetra. Mi primer contacto con el mundo al que me asomaba por vez primera, fue con la tierra, sobre la cual caí suavemente porque así lo quiso y dispuso mi madre.
Cuando llegaron mis hermanas con la partera, ya yo estaba bañado y limpio. Olía a colonia. Eso provocó en mí, supongo que por lo artificial del producto, una alergia eterna hacia los perfumes. Mi madre había cortado el hilo de venas que nos unía. Ya había chupado sus tetas pletóricas de leche. Dormía. Todo estaba en orden en el hogar. Mi madre, bañada también, limpia y olorosa, pensaba que sería la última vez. Y así fue: con siete hijos fue suficiente.
Por ése suceso, importante para ella y aun más para mí, el 22 de septiembre pasado recibí innumerables felicitaciones de mucha gente. Incluidos amigos que no me conocen pero me aceptan como tal, y que yo tampoco conozco pero también termino aceptando, gracias a la virtual concertación en cadena de ese mundo infinito llamado Facebook.
Sé que ahora, en estos instantes en los que se producen partos planificados en limpios salones de obstetricia, una mujer, en algún rincón del planeta –África, América, India- se dispone a parir en cuclillas. Está sola. Facebook desconoce que existe. Como también ella desconoce que existe Facebook. Nadie registrará el suceso. Eso no importa. Es tan sólo ella con su hijo que va a nacer. Más el silencio del mundo a su alrededor. Eso es suficiente.

3 comentarios:

Florencia dijo...

Hei me llegó un mail tuyo...y llegue aca de ahi,

vALENTIN rODRIGUEZ * dijo...

Cuanta magia y cuanta poesía.
No hace mucho que también pensé, sentí y escribí sobre el parto...
Quizás por una necesidad de decirme quien era y acomodarme entre tanta forma, aire y carne humana -que no es poca ni elegante-... Tal vez, porque pensé que ello me aferraría más a la madre que poco a poco se aleja. O a lo mejor, porque lo había soñado y necesitaba recordarlo.
Sentí o imaginé sentir aquella sensación: una lava de sonidos repetidos y graves. Algunos colores: verdes, púrpuras, rojos y negros, que gritaban y se multiplicaban en un ritmo hiperquinético. De repente, un manoseo asfixiante de golpes húmedos, y luego Luz y sangre. Me sentí aturdido y casi muerto, no podía respirar, no sabía.
Luego, lloré.
Lloré y mucho, lloré y lloro ahora, pero de emoción. Porque algo me mueve los órganos, y la felicidad. Algo que no sé como se llama, ni donde duerme.Pero lo siento, entonces es vida.


Un abrazo Tomás.


vALENTIN

Tomás Barceló Cuesta dijo...

Gracias a ti, Valentín, terminaste emocionándome. Gracias por tu comentario, donde resumes en un párrafo, lo que a mí me llevó varios.
Un abrazo enorme
Tomás.