Por Tomas Barceló
Uruguay es una provincia más de Argentina, dicen los argentinos. Y lo expresan con picardía paternal, con ése orgullo inflamado de los padres cuando hablan del mejor de sus hijos. Pudiera ser. Pero Uruguay en nada se parece a la Argentina salvo a esa porción del país que es Buenos Aires, su capital federal.
- Y –me respondería entonces un avivado porteño -:¿te parece poca cosa?
Visto el asunto desde esa perspectiva, habría que admitir que sí. Aunque las únicas semejanzas a la vista entre los porteños de uno y otro lado del Río de la Plata, es esa especial manera de hablar con el voseo arcaico del castellano; su lenta, tristona y soporífera pronunciación, de la que no se salva ni Eduardo Galeano; el regusto por el mate, y el hecho de que unos y otros reclaman para sí la paternidad de ése ícono encartonado que lleva por nombre Carlos Gardel. Además de Francia.
Comprimido entre los inmensos territorios de Brasil y Argentina, Uruguay es algo un poco más que un vecindario. Apenas existe. En un mapamundi habría que buscarlo con una lupa: un puntito asomado al Océano Atlántico. Compárese: 176.215 kilómetros cuadrados uruguayos: una cuñita de tierra que pide permiso para estar ahí, metida entre los 8.514.877 kilómetros cuadrados de espacio brasileño al norte y 2.791.810 de kilómetros argentinos al sur. Parece una provincia abandonada a su suerte, totalmente huérfana. Uno de esos países del mundo de los que apenas se habla, como si fuera ajeno a las tormentas que azotan al resto de la humanidad. Ocurre también así con países olvidados como Mongolia; o, para caer en el otro extremo, Australia. ¿Alguien pudiera decirme qué sucede hoy en Mongolia, bajo qué régimen socio –político-económico se encuentra? ¿Aún sigue siendo feudal-socialista? ¿O feudal a secas? De Australia, las últimas noticias las tuve hace más de 7 años. Ocurrió en la boda de unos amigos cordobeses. Compartía la mesa con un matrimonio que había vivido mucho tiempo allá. Lo que más recuerdo de aquella conversación de copas, es que en Australia, además de la moderna tecnología peatonal de Sydney, con aceras rodantes para que la gente camine poco, muchos jóvenes se quitan la vida porque se sienten aburridos.
Ya desde comienzos del siglo XX Uruguay se había ganado el “honroso” título de Suiza de América. Culto. Altamente escolarizado. Correcto. Transparente en sus cuentas y en su política. Un sistema democrático confiable, a diferencia de sus vecinos, que padecen una crónica corrupción en todos los órdenes. Muchos millonarios argentinos esconden sus fortunas en los bancos del paraíso fiscal que es Uruguay. El divorcio es una práctica social alcanzada a principios del siglo pasado. Cuando no es el primero en muchos de esos parámetros con los que la ONU y sus organismos múltiples suelen medir eficiencias, corrección, políticas públicas, educación, distribución del ingreso, etcétera, está entonces ubicado entre los mejores. Los homosexuales gozan del derecho de casarse legalmente. Uruguay posee la mayor libertad de prensa del continente.
En los tiempos de las dictaduras militares, tuvo también sus generales golpistas. Y, como contrapartida, la más aceitada y eficiente guerrilla urbana de la que se tuvo noticia entonces, bautizada con un nombre que alcanzó ribetes míticos: Tupamaros. Entre los tres países europizados del cono sur, es el único que conserva una pizca cultural de los esclavos africanos cuando eran colonias españolas: La murga, una danza festiva, teatralizada, de vivos colores, interpretada por blancos descendientes de aquellos europeos.
Uruguay posee una de las más altas esperanzas de vida en América Latina. Mario Benedetti, que murió hace apenas un par de meses, tenía 88 años.
Por todo eso extrañó tanto que después que el congreso uruguayo aprobara la ley para legalizar el aborto, el presidente Tabaré Vázquez la vetara.
Oh, no, imposible: Uruguay negándose al aborto legal.
Claro, un presidente no es su país. Es tan sólo su presidente. En la menor oportunidad, la ley abortista volverá de nuevo a los predios del congreso. Pero es una ley suicida para los uruguayos. Porque es el país más envejecido de América. Tiene sólo 3 millones de habitantes más un poquito. Nacen menos de los que mueren. Tabaré Vázquez debe dormir tranquilo, convencido de que tomó la decisión más correcta. Habrá dicho:
No vamos a extinguirnos, che. No mientras yo sea presidente.
jueves, 3 de septiembre de 2009
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2 comentarios:
Muy buenos los dos conceptos vertidos para los países vecinos que comparten ambas márgenes del Río de la Plata.
A pesar de ser argentina, siento una gran simpatía por el pueblo charrúa.
Aclaro, no soy porteña; soy cordobesa
Estan buenas las observaciones aunque para mi no tiene nada que ver con el derecho al aborto...Cada vez que alguien dice que los uruguayos son argentinos yo les digo que a mi me encantaria ser uruguayo, pero soy cordobes
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